Capítulo II.
(borrador)
(borrador)
Llevaba tantas
noches sin dormir que ya ni se acordaba de la última vez que oyó el ruidoso
despertador. Las terribles ojeras que rodeaban sus bonitos y azulados ojos eran
cada día más grandes, más negras, más odiosas... Marta se miraba en el espejo y
sentía sólo odio, dolor y amargura. No sabía cuál era el sentimiento que
predominaba sobre el otro en esa lista de tres. Primero apareció el dolor,
luego llegó la amargura y, por último, recientemente, hizo su aparición el odio
al mirarse una mañana en el espejo, la misma mañana en la que Sergio se había
alejado de ella por décima vez desde aquel día, desde el día en que su vida, la
vida de los dos, cambió para siempre. Un único momento de algo parecido a la
intimidad bastó para que el futuro de ambos se viniera abajo.
Se arrastró fuera de la
cama; casi se lanzó al vacío de su habitación, porque ya se estaba quedando sin
fuerzas. Y, ¿cómo cambiar las cosas? ¿Cómo hacer que la situación que se estaba
llevando a Sergio por delante cambiara? ¿Cómo conseguir volver a tener una vida
feliz? Se había hecho esas preguntas mil veces en estos últimos tres meses; las
había planteado, pensado, meditado...; había hecho incluso una lista con las
posibles respuestas, y el resultado había sido demoledor: no había respuesta.
Al menos, ella no la tenía, lo que la dejaba en una situación muy complicada
con respecto a la nueva vida de Sergio. No podía ayudarle, ella no tenía la solución. No tenía nada. Nada.
Ahogó un sollozo
que se abría paso hacia sus ojos en forma de llanto. Se dejó caer pesadamente
sobre uno de los taburetes de la cocina americana de su pequeño apartamento
esperando a que ese malestar pasara. Una vez más.
Con una sonrisa,
que más parecía una mueca de terrible cansancio, recordó la mañana del día en
la que, felices y ajenos a lo que se les venía encima, sus manos se rozaron al
entrar en el café del barrio de Sergio. Había repasado esa secuencia una y mil
veces, intentando hallar el momento justo en el que la bomba había empezado su
cuenta atrás; el momento en el que, piel contra piel, se produjo en Sergio el
efecto contrario, el efecto que había hecho que se odiara sí misma como nadie
podía imaginar.
***
Las calles se
habían cubierto con un fino manto de nieve, por fin llegaba el invierno.
Pasaban los meses y todo seguía igual; nada parecía mejorar, nada cambiaba salvo el color de la ciudad. Sergio iba con paso rápido y decidido hacia su
futuro, aunque no estaba seguro de si por fin sería capaz de conseguir que ese
ansiado cambio se produjera, si por fin podría asumir su nueva situación y
conseguir que Marta la compartiera con él. No sabía si sería capaz de acercarse
a ella, si sería a o no capaz de mirarla a los ojos, cogerla de las manos y
decirle todo lo que llevaba meses, años, deseando decirle. Cada vez que pensaba
en su futuro se veía junto a ella sentado en el porche de cualquier casita
blanca, junto al mar, mientras ambos se medían las arrugas con la mirada.
Hacía meses que no
le dirigía la palabra, “ese café no fue buena idea después de todo”, pensaba. Quizá, lo
mejor hubiera sido dejar que esa relación platónica, que ese amor anhelante que
ambos sentían hubiera seguido siendo
eso, sólo puro deseo, porque ahora la vida de ambos estaba pendiente de un hilo.
Ninguno había podido superar aquella crisis que les atacó sin avisar; ninguno
supo cómo afrontar la explosión de esa bomba imaginaria cuya cuenta atrás
empezó en el mismo instante en el que ambos se miraron a los ojos por primera
vez unos cuantos años atrás.
Aquel día, en el
café, cuando Marta alargó su mano para acariciar suavemente el rostro sonriente
de Sergio, algo se desató en su interior. De los minutos siguientes nada
recordaba hasta que se despertó en la fría sala de urgencias del Hospital
Central de la ciudad, sólo, rodeado de enfermeras, de camillas, de máquinas que
emitían molestos pitidos... Pero de ella no había ni rastro. Marta no estaba,
se había ido.
La doctora Sánchez
le había dicho que había sufrido un ataque de ansiedad provocado por una
situación de estrés. "Imposible", le había respondido él, "eso
es absurdo. ¡Sólo estaba tomando un café con una amiga!"
"¿Una amiga o
algo más?".
Su mente se quedó
completamente bloqueada ante la pregunta que le acababa de hacer aquella
desconocida que, de repente, había irrumpido en su vida como un ciclón y parecía
saber más de sus sentimientos que él mismo.
"¿Sólo una
amiga, señor Silva?", insistió ella.
"¿Me está
diciendo que he sufrido un ataque de ansiedad que me ha dejado sin sentido
porque la amo? ¿Me está diciendo que ha sido el roce de su piel el que me ha
dejado fuera de juego como si fuera un maldito peluche? ¿Me está diciendo que,
después de más de dos años esperando un gesto, una señal, no he sido capaz de
soportarlo?". Las lágrimas que recorrían el rostro de Sergio caían desordenadas buscando un lugar en el que guarecerse de las palabras que estaba escuchando y que herían su ser en lo más profundo. Un sentimiento de rabia y dolor subió por su estómago sintiendo que, de nuevo, le faltaba el aire y todo se oscurecía a su alrededor mientras volvía a perder el sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario