El Deseo.
Me rondaba por la mente desde hacía ya algún tiempo dedicar un pequeño
espacio de este blog a un tema que siempre me ha producido cierta curiosidad y,
porqué no decirlo, mucha fascinación: el deseo. Y mira tú por dónde, me he
tropezado esta mañana con este párrafo de
El alma está en el cerebro, de
Eduard Punset, que me ha dejado absolutamente sorprendida, ya que, a pesar de
no ser para nada lectora suya, debo reconocer que me ha calado y que estoy totalmente
de acuerdo con él. Dice así:
“El deseo nos saca de nosotros mismos, nos
desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la
improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad
llevada al paroxismo.
El deseo reivindica
la vida, el placer, la autorrealización, la libertad.
Unos planifican su
vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo, el deseo de
vivir y de hacerlo a su manera.
Por eso, sus
autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto
se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al
mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece
siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario,
a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien
entendido, el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que - en una
persona madura - es luminosa, clara e inteligente.
Las emociones están en la base de los deseos,
y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se
convierte en el portavoz de uno mismo”.
Espectacular la última frase, ¿verdad?:
“El
deseo se convierte en el portavoz de uno mismo”. Luego volveremos a esta
idea, pero antes me gustaría que diéramos un repaso a lo que siempre hemos
pensado y sabemos de ese sentimiento tan complejo como es el deseo…
Se dice de él que es
“el anhelo de saciar un
gusto”, l
a “agradabilidad” que conmueve nuestros sentidos. En definitiva, el deseo es la
consecuencia final de una emoción que nace en nosotros inducida por algo que la
provoca, ya sea material, personal, afectuoso…
Cupiditas, palabra latina que os sonará por su
semejanza con Cupido, ese diminuto
angelito que iba por ahí cargado con un arco y una flecha envenenada de deseo,
que no de amor…, es una palabra en latín que significa precisamente eso:
deseo, ese sentimiento que motiva la voluntad de querer poseer aquello que se
desea. Y, ya que a cada deseo le precede un sentimiento, podemos decir que, por
ejemplo, al deseo sexual siempre le precede un sentimiento de atracción. Basta
un ligero roce, una mirada, la letra de una canción, el sonido del mar, un
aroma…, para que nuestro cuerpo se estremezca presa del deseo incontenible, a
veces, de aquello que anhelamos tener, de aquello que anhelamos besar, tocar,
abrazar, poseer. Por tanto, el deseo, sea del tipo que sea, y su satisfacción,
forman parte de la naturaleza humana, forma parte de nosotros.
Dice Punset que el deseo termina siendo
“el
portavoz de uno mismo”, y creo que tiene toda la razón. Si nuestras
emociones tienen como base ese deseo que nos despierta el ver, oler, anhelar
algo, está claro que, una vez que hemos despertado ese sentimiento, es el deseo
el que toma las riendas de nuestro ser ante el estímulo que lo ha provocado,
dejando, en ocasiones, fuera de juego al sentido común o a lo
políticamente correcto. ¿O nunca habéis
hecho algo, dentro de cualquier ámbito de vuestra vida, llevados por una fuerza
invisible que os empujaba, y no habéis sabido explicar después el motivo por el
que os habéis dejado llevar? Pues eso es el DESEO irrefrenable de poseer,
hacer, decir algo, llevados de la mano del deseo de hacerlo.
Ni más, ni menos.
Estoy convencida, además, de que llega un momento en nuestra vida en el que
paramos, nos sentamos, reflexionamos y nos decimos a nosotros mismos que,
después de todo, aquello del
libre
albedrío (en su vertiente más psicológica) tampoco está tan mal, aunque
pasado el tiempo nos arrepintamos de haberlo pensado o de habernos dejado
llevar en un momento determinado. Pero, ¿qué sería entonces la vida, sino una
sucesión de días, iguales unos a otros, si no sucumbiéramos de vez en cuando al
tentador deseo de hacer o decir lo que quiera que nos ronde la mente?
Bss.