05/04/23

Una luna, una playa, ...

Si cerraba los ojos, aún podía verlo, sentirlo, …

Una luna, una playa, unos brazos que la abrazaban, una boca que la besaba, una voz que le susurraba al oído el te quiero con locura más bonito que jamás le habían dicho…

Su recuerdo la hacía estremecerse ahora, cuando los únicos brazos que la abrazaban eran los suyos y lo único que escuchaba era el silencio más absoluto que jamás imaginó. Aquella luna y aquella playa se habían quedado para siempre atrás, en su memoria, grabadas a fuego para que nadie, jamás, las pudiera borrar.

Y lo lamentaba.

Lamentaba constantemente no ser capaz de olvidar, de dejar de sentir aquello que sentía, aquello que recordaba sin cesar. Era una tortura constante, por el simple hecho de no tenerlo a su lado. Se le helaba la sangre cada vez que tomaba conciencia de que nunca más lo tendría entre sus brazos, ni su voz le volvería a susurrar tiernas palabras de amor. No había ya nada de todo aquello, sólo desesperanza y dolor, mucho dolor. Aquella luna y aquella playa se quedaron allí, inertes, lejanas, esperando a otros amantes más afortunados, pero no a ellos.

Todo era perfecto. En el pasado. Tan perfecto que su mitad racional siempre le decía que aquello se acabaría algún día porque era imposible que algo tan perfecto fuese real, que algo tan perfecto perdurase en el tiempo, que era imposible que ellos ganaran. Pasaba los días con él dividida entre la pasión y el deseo que siempre despertaba en ella, y la constante espera de ese doloroso final. La mitad perfecta de su ser dividida entre la felicidad más absoluta y la certeza de que era imposible que ganaran la partida a una vida que los había puesto en el lugar adecuado, el uno frente al otro para disfrutarse en cada mirada, y el momento equivocado. Aún así, habían luchado. Ambos. Habían decidido que merecía la pena intentarlo y luchar contra corriente. Y, durante un tiempo, habían ganado.

Eran perfectos. En todo. Siempre. Buenos amigos, excelentes amantes. La pasión que despertaban el uno en el otro se podía percibir sin ser el mejor de los observadores. Se amaban, con locura, y se lo decían constantemente. La necesidad que tenían de hacerlo hacía que las palabras se deslizaran de sus bocas con tanta facilidad que, a veces, asustaba. Sentían una necesidad física el uno del otro increíble, era como una droga que no podían dejar de probar, cada vez con más frecuencia, con más pasión, con más ganas, … Simplemente bastaba que sus dedos se rozaran para que sus cuerpos reaccionaran buscándose, excitados, muertos de deseo… Y lo disfrutaban, lo saboreaban, lo necesitaban. Se amaban.

 Y así fue hasta el último segundo de aquel día en que todo se vino abajo. El día en el que la luna se escondió, la playa se volvió oscura y fría, los brazos que la rodeaban se evaporaron, los labios que la besaban se convirtieron en piedra y la voz que le susurraba al oído el más bello te quiero con locura que jamás le habían dicho, se convirtió en un lejano eco moribundo.

Quizá por eso dolía más. Estaba convencida de que no podía haber un final para ellos, no este final, no un final de desamor y olvido. Estaba convencida de que el destino había jugado con ellos durante toda su vida para ponerlos uno frente al otro, para que se miraran desde lejos, para crearles un deseo, una pasión, una esperanza que crecía con cada palabra que se decían, que se escribían, para que vivieran el placer de saberse vivos uno en la mente del otro. Todo el camino recorrido antes de verse por primera vez había tenido un único objetivo: presentarlos y dejarlos jugar. Así de simple, así de sencillo. 

Y habían jugado, mucho. 

Puede que, por eso, se negara a aceptar ese final. No era su final, estaba convencida. Y luchaba cada día por cambiarlo, se dejaba cada día un trocito de su alma en una solitaria batalla de amor sin rendición. No se arrepentía de hacerlo. Era su lucha, su batalla, su futuro. Era su meta e iba a por ella. Sin descanso. Su amor estaba en juego y merecía la pena luchar por él. Esperar se había convertido en el objetivo de cada día. Y lo hacía con pasión, con amor y con toda la fe que tenía puesta en él. Sí, era devastador. De hecho, cuando pensaba en la palabra que mejor describía su estado actual, sólo esa le venía a la mente: devastada. Y sólo había un remedio para eso. Él. 

Sonrió con tristeza, la única manera en que lo hacía últimamente. No era capaz de hacerlo de otro modo. A veces lo intentaba, dejar de pensar en él durante unos minutos. Su mente lo necesitaba. Su corazón lo necesitaba. Y ella lo intentaba, pero en esto tampoco ganaba. La verdad es que no había ganado nunca, se decía. Pero eso no era cierto. Había ganado al menos en una cosa: había conocido el amor verdadero. Ese que te hace temblar, vibrar, soñar… Había amado como nunca en su vida y se había sentido amada de un modo increíble, sin barreras ni límites. Crearon un mundo perfecto para un amor perfecto. Por eso lo esperaba cada día. Un amor tan perfecto no podía desaparecer sin más en un segundo, era imposible. Él la amaba, lo sabía y, sólo por eso, merecía la pena pelear.

Se levantó del rincón en el que se había escondido con los ojos bañados en lágrimas, fieles compañeras que rara vez la abandonaban, decidida a seguir luchando, a seguir esperando. Sabía que nunca dejaría de hacerlo.

Por él. Se lo debía.

Por aquella luna que un día fue testigo de su amor.

Por aquella playa que un día los envolvió.

Por aquellos brazos y aquella boca que tanto calor le dieron.

Por aquel te quiero con locura que un día la estremeció. Y que jamás olvidó.

Bss.

#muchosiempre #blogperez

  

 

 

 

6 comentarios:

  1. Ya era hora de ponerte a escribir, GENIAL COMO SIEMPRE PRINCESA

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  2. Muchosiempre mi morenaza!!!!

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    1. Eres la mitad perfecta de mi yo imperfecto y siempre lo serás. Por muchos más "muchosiempre", amor...

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  3. Alucinante, teníamos ganas de que volvieras, no los dejes…. Enhorabuena

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  4. Gracias!!!!😘😘

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