24/02/16

Él y ella.


Él y ella.
Aquel día se despidieron sin mirarse. Ambos temían que si sus miradas se cruzaban no podrían reprimir lo que les ardía dentro. Temían dolorosamente dejar salir esas ansias de tocarse, de que sus manos se rozaran y una explosión de pasión les confundiera. Había cosas que no podían ser, había cosas prohibidas que no podrían llegar a ocurrir jamás. Ambos sabían que su mundo, desde ahora, se limitaría a un tenue cruce de miradas, a una conversación con testigos, a palabras banales que no les comprometieran con nada de lo que ambos soñaban. Les esperaba una existencia llena de sobresaltos y de esperanza, cautivos de sus sentimientos; no había vuelta atrás, no podían borrar lo que sentían, pero sí podían evitar que aquello creciera y terminara siendo el lastre de dos vidas condenadas a verse sin amarse, a mirarse sin que sus ojos se encontrasen, a besarse sin besarse. Esperaban ansiosos cada minuto de disfrute en la distancia, saboreaban cada pequeño atisbo del otro; se recreaban en la sombra que dejaba cada cuerpo al pasar, en el recuerdo de esos momentos en los que se veían y se lo decían todo con la mirada. 

Ella siempre había pensado que los amores prohibidos eran imposibles, que no existían, que era algo que nunca pasaría en su vida. Cuando se dio cuenta de que estaba equivocada pensó que, al final, lo mejor hubiera sido tener razón, porque, ¿cuál era el futuro que le esperaba? Amar sabiendo que nunca tendrás el cien por cien de esa persona a la que en silencio has entregado tu corazón no es manera de vivir, es morir en vida y respirar sólo para llegar a verlo cruzar una calle, doblar una esquina. Es alimentarte  de miradas furtivas y recuerdos privados que sirven, sólo, para llorar en soledad. Así pensaba y así era como vivía, porque no había en este mundo nada que ella deseara más que estar junto a él, que sus dedos se entrelazasen despreocupados mientras daban un paseo, o que sus miradas llenas de amor se encontraran sin prisa.
  
Él, más realista y menos sentimental, intentaba mantener a una prudente distancia lo que por ella sentía. Aún así, cada día sin falta, pasaba frente a su balcón con la esperanza de verla y poder decirle, al menos, un “hola” suave y cariñoso que la abrazase en su lugar. Eso casi nunca sucedía, lo que lo sumía en una tristeza infinita hasta la mañana siguiente, momento en el que repetía su pequeño ritual de cortejo que lo mantenía vivo. Al igual que ella, sabía que nada sucedería, que sus vidas, cruzadas en un mal momento, nunca se unirían; un pensamiento que entristecía su corazón sin remedio. Sabía que era demasiado tarde y que nunca tendrían nada más que esos pequeños e inolvidables encuentros que ambos atesoraban en su corazón para alimentar cada día su esperanza; para hacer que cada día fuese especial.

Aquel día, ella se miró al espejo y se dijo, con una voz quebrada de llanto: “Esto no puede seguir así. Siento como, poco a poco, me embarga la locura, la locura de este amor imposible que me nubla la mente y turba mi corazón. ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué has tenido que hacer que esto suceda? ¿Por qué a mí? Mi existencia era ya feliz; por fin sonreía; por fin, caminaba hacia el futuro sin pena. Si, al menos, pudiera decirle a él lo que siento, si pudiera contarle mis anhelos, mis deseos…; si pudiera, una sola vez, abrazarle, sentir su piel contra mi piel. Si pudiera amarle… Sólo una vez…”.

Aquel día, alguien llamó a su puerta. Era él.

4 comentarios:

  1. un amor imposible que se puede hacer realidad. Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Como siempre, sin palabras.
    EXCELENTE, PRECIOSO, GENIAL

    ResponderEliminar

Una luna, una playa, ...

Una luna, una playa, ...

Si cerraba los ojos, aún podía verlo, sentirlo, … Una luna, una playa, unos brazos que la abrazaban, una boca que la besaba, u...

Más leídas ...