Esta mañana, camino del trabajo, y ante la
perspectiva de un día de esos de uffff,
pensaba que el mes de diciembre es como un embudo, ¿no os parece? Conforme va
avanzando nos da la sensación de que vamos metiendo la cabeza por ese estrecho
rabito. Nos va faltando el aire, lo vemos casi todo de color gris, necesitamos
coger impulso para avanzar y sólo tenemos una idea fija en la mente: “ya queda poco para que acabe el año”. Todo
esto, para terminar tomando las uvas y celebrar que llega el nuevo año, momento
en el que, de nuevo, empezamos a avanzar por el embudo pero, esta vez, por su
parte más ancha, esa que nos deja ver el horizonte del tiempo de un color más
agradable y bonito, no hay límites para hacer nada (claro, tenemos todo el año por delante), cualquier cosa es posible y nada nos
parece que vaya a ir mal.
Aunque, en realidad, ¿qué cambia en nuestra vida al
tomar las uvas el 31 de diciembre? ¿Hay algo que se solucione o mejore desde la
noche fin de año a la mañana del 1 de enero?? Pues la verdad es que no. Lo único
que cambia es nuestra perspectiva, es nuestro modo de ver las cosas.
Y como cada año, al ir llegando la Navidad, es
históricamente fundamental sentarse a hacer el balance del año que acaba y
pensar en cuáles son esas cosas tan maravillosas que queremos hacer, emprender,
mejorar, experimentar,… durante el año que pronto empezará. Es entonces cuando
nos damos cuenta de que cada año, aunque todo siga igual, es como un capítulo
que se cierra al tomar las uvas y otro que se abre en el mismo instante en que
las campanadas de media noche dejan de sonar. Y recitamos sin falta aquello de:
“¡a ver cómo se da este año!”.
¿Cierto o falso? Yo creo que esto nos pasa a todos, sin excepción.
En resumen, nos pasamos doce meses participando en una carrera de
fondo en cada uno de los ámbitos de la vida: el trabajo, la familia, las cosas
de casa, los amigos,… En todo, vemos ese principio y ese fin que nos acompaña
siempre. Y, aunque cada año resulte ser más corto que al anterior (debe ser que,
por aquello de la edad, el tiempo parece pasar más deprisa), cuando las cosas
no van del todo bien, siempre pensamos: “¡a
ver si se acaba ya este maldito año!”. Y esto, amigos, es rotundamente
cierto.
Bueno, pues dejando de lado el embudo y las ganas
que todos tenemos cuando llega esta fecha de colgar el nuevo calendario en la
nevera, también es la época de los reencuentros, las reuniones más entrañables
del año, la vuelta a casa para muchos, es momento de recogimiento y reflexión… Siempre que
va llegando esta fecha y me siento a escribir sobre mi año, el que acaba y el
que empieza, me gusta sacar la balanza de los buenos y los malos momentos para
medirlos y pesarlos, a ver cuál de ellos gana. Como mujer optimista que soy, la
verdad es que me da igual si el lado que más pesa es el de los malos momentos. Siempre
os digo que lo importante es que nos hayamos quedado con los buenos, aunque
sean escasos; son los que nos hacen seguir adelante, los que nos dan fuerza,
aunque también lo malo nos enseña y nos proporciona sabiduría para distinguir
lo que debemos hacer de lo que no. Pero bueno, a mí me gusta quedarme con lo
bueno.
La verdad es que este año, que ha sido muy intenso
por muchas cosas, había decidido no sentarme a reflexionar, no quería sacar la balanza,
ni pesar ni medir, ni saber qué había ganado, si lo bueno o si lo malo. No me
apetecía darme de bruces con un resultado poco alentador, la verdad, pero luego
pensé: “¿y qué más da?”. Así que,
aquí estoy, sentada, reflexionando.
En general ha sido un año duro, lleno de
cambios, de sorpresas, un año con desengaños, con descubrimientos de esos que
te cortan la respiración, pero también ha sido un año muy intenso en emociones,
sensaciones, momentos… Ha sido un año de afianzar amistades y creencias, de
abrir los ojos a algunas realidades que estaban algo ocultas y, sobre todo, ha
sido un año bonito. He tenido el placer de conocer a gente nueva que comparte
conmigo muchos momentos de mis días y que me hacen afianzarme en mi idea de que
el mundo está lleno de gente estupenda que merece la pena conocer. He trabajado
mucho, he disfrutado de mi familia, he visto a mis amigos algo menos de lo que
me hubiera gustado, pero siguen estando ahí, donde los dejé hace ya casi cinco
años, he reído, llorado, pataleado, gritado, bailado, disfrutado… Sigo
cada día dando gracias a Dios por todo lo que compone mi vida, lo bueno y lo
malo, lo alegre y lo triste, y sigo intentando ser feliz. ¿Qué más puedo pedir?
Como os decía al principio, el mes de diciembre es como un embudo, vale, pero por el pequeño agujerito que se ve al fondo siempre pasa
algo de luz.
Feliz Navidad. Feliz 2018. Este año vamos a brindar,
una vez más, por los años que nos quedan por vivir.
Bss.
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