10/08/18

Ella, él y el mar.


La habitación se hallaba tenuemente iluminada por la bailarina luz de cuatro velas situadas bajo una pequeña ventana. El espacio, aunque pequeño, era acogedor. Desde la ventana, se podía ver la línea del horizonte marcada por un mar en calma cuyo azul se iba oscureciendo a medida que el Sol se ponía. Ella no quería nada más, en ese momento tenía todo lo que deseaba, el mar que tanto amaba y la inesperada compañía de él.

Él… Recordaba claramente el día en que lo vio por primera vez y supo, en ese mismo instante, que nada volvería a ser lo mismo para ella. Aquel día, se habían estado mirando el uno al otro desde la seguridad que les proporcionaba el estar rodeados de gente y, finalmente, cuando los presentaron, la mano de ella temblaba ligeramente al estrechar la de él. Su piel era cálida y su tacto, suave. Se sonrieron, se dijeron las típicas palabras de cortesía y se despidieron con la muda promesa marcada en sus miradas de volver a verse. Pronto.

Y ahora estaban allí. Ella, él y el mar, mudo testigo de un amor enfebrecido que hacía que los días tuvieran un color distinto.

Mientras sonaba Perfect, de Ed Sheeran, él la desnudó, despacio, mirándola a los ojos, absorbiendo cada parte de ella, memorizándola… No quería olvidar ninguno de esos segundos, no quería que al cerrar los ojos y volver a abrirlos ella ya no estuviera junto a él. La miraba en silencio con el deseo tanto tiempo contenido a punto de estallar, saboreando cada segundo  mientras sus labios se paseaban libres por la esbelta línea de su cuello. La suave piel que acariciaba sin cesar emitía destellos de bronce al reflejar la luz de las velas. Su cabello, oscuro y precioso, olía a rosas y a primavera y su cuerpo, caliente y loco de deseo, lo llamaba a gritos ejerciendo una atracción tal que era incapaz de negar. La urgencia del momento hacía que sus bocas chocaran con fuerza, así como las olas del mar explotan contra las rocas en un día de tormenta. No habría sabido decir qué era mejor con ella, si las largas horas de charla de las que disfrutaban a veces, el placer de tener sus labios pegados a los suyos o el saber que ella le amaba, a pesar de que jamás se lo había dicho. Quizás, esas tres cosas juntas, hacían que el tiempo que pasaban juntos fuese como minutos evaporados en esta extraña vorágine que habían hecho de sus vidas.

Ella le susurraba su nombre al oído mientras se amaban, como si a fuerza de repetirlo fuese a conseguir que aquel momento no acabara nunca y pudieran permanecer fundidos el uno en los brazos del otro por siempre jamás. Sus piernas enroscaban el cuerpo de él en un abrazo de pasión que les hizo estallar de placer al haber calmado el deseo que el uno sentía por el otro.

Allí, entre esas cuatro paredes, eran sólo ella y él, nada más había, nada más importaba. Y se amaban sin palabras mientras el mar los miraba.

Bss.



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