12/11/23

Los pasos

Con las manos firmemente apoyadas en su cintura, daba vueltas por la habitación. Su cara reflejaba el profundo momento de reflexión en el que se había sumergido. Había decidido solucionar aquello y solucionarlo ya. Debía meditar sobre el siguiente paso a seguir, pero dudaba entre las posibles soluciones que su mente le presentaba. El corazón había quedado fuera de esta reunión, no era bienvenido hoy. Se detuvo frente al espejo que colgaba solitario de una de las paredes de la estancia y miró su reflejo. Vaqueros desgastados, botines marrones de tacón alto, camisa blanca. Casi perfecta. Sólo le faltaba sonreír un poco.

Bien. Los pasos.

Mientras seguía moviéndose despacio enumeró las opciones:

1- Esperar.
2- El primero
3- El último.

Esperar… Vale, sentarse a esperar. ¿Sentarse a esperar??? A esperar, ¿qué?? ¿Un milagro? ¿Una señal? ¿Un gesto? ¿Una palabra? ¿Un cambio??? ¡Sentarse a esperar! De todas las barbaridades, por no decir otra cosa, que jamás se le habían ocurrido, esta era de las más gordas. Nunca en su vida se había sentado a esperar nada, siempre había actuado, siempre. Con decisión, con energía, con miedo muchas veces,… Aun cuando sabía que debía esperar y no hacer nada, lo había hecho. Ella no sabía esperar, ella iba siempre a por lo que quería, a por lo que necesitaba, a por lo que pensaba que debía hacer. Por más dura que hubiera sido la decisión a tomar, los pasos a seguir, por más complicado que se le hubiera presentado el futuro, siempre había seguido, había sonreído ante la adversidad y había seguido. Había
luchado cada una de las batallas que la vida le había presentado, bastantes en su opinión, nunca había rehusado luchar a favor de sentarse a esperar. Nunca. Se había caído muchas veces por no esperar, pero siempre se había levantado y había buscado un nuevo camino que recorrer. Siempre.

¿Sentarse a esperar? No, descartado.

Se asomó a una de las ventanas de la habitación y se dejó caer en el alféizar. Estaba cansada. De pensar, de luchar, de sufrir,… No se lo merecía, estaba convencida de eso. Fuera llovía. Una lluvia cansina y plomiza que caía sobre la ciudad desde hacía días, le recordaba lo lejos que estaba de casa y, a veces, oía a su corazón preguntarle qué la mantenía allí aún. Hacía unos días la respuesta hubiera sido todo. Hoy la respuesta era nada.

El primero… El primer paso, claro. Dar el primer paso. Dar “otro” primer paso. Lo que la llevaba a la siguiente pregunta. ¿Para qué? ¿Hacia dónde? ¿Cuál era el objetivo de ese primer paso? ¿Un paso que la acercase o que la alejase? La opción correcta, sin ninguna duda, era la segunda. Alejarse lo más rápido posible, ése era el objetivo. Una huida hacia adelante como ya había hecho otras veces con éxito, aunque no sin dolor, no sin sacrificio. Pero con éxito. Esta opción tenía un gran inconveniente. Para que resultara, era imprescindible ignorar sus sentimientos, convertirse en esa persona fría y calculadora que alguna vez fue y dejar de sentir el calor que le producía recordar ciertas cosas de un pasado no muy lejano del que ahora decidía alejarse. O no… 

“El primer paso se complica”, pensó. 

Estaba claro que la finalidad de esta meditación era decidir el paso que debía dar sin tardanza si no quería romperse en mil pedazos, algo para lo que le quedaba nada y menos, dado su estado actual. Pero, ¿merecía la pena conseguirlo a costa de volver a ser esa persona orgullosa y firme, seria y desconfiada, que era antes? Ser cálida, acogedora, tierna, cariñosa,… no había funcionado. Se sentía bien con su “yo” actual, pero estaba sufriendo demasiado, tanto que las lágrimas se habían convertido en su más fiel acompañante de unos días sin ilusión y de unas noches sin descanso. No, no quería seguir así. Las pesadillas habían vuelto después de unas semanas ausentes y necesitaba que aquello acabase de algún modo. Se despertaba gritando y llorando con más frecuencia de la deseada y aquello debía terminar. Sólo debía decidir la dirección hacia la que encaminarse. Una vez lo tuviera claro, ya se encargaría ella de luchar por lo que quería sin descanso. 

Se separó de la ventana y se abrazó cruzando los brazos sobre su pecho, dejando que sus manos acariciaran sus hombros. Cerró los ojos; se estremeció. Inclinó la cabeza; suspiró. Recordó la principal premisa de la tarde: mantener al corazón fuera de esta habitación el tiempo necesario para decidir el paso decisivo que iba a dar, el que la llevaría a no sufrir más. O sí ... 

"Ufff, ¡qué complicado es todo esto! ¡Dios!"

Se recompuso. 

"Bien, vamos allá", se animó.

El último… El último paso. Nunca a lo largo de estos años había querido sentarse a reflexionar sobre esto porque sabía que en el momento que tomara una decisión en firme, la llevaría a cabo o, al menos, haría todo lo posible por conseguirlo. 

Decidir dar el último paso sería algo definitivo dependiendo del lugar hacia el que lo diera: hacia el antes o hacia el nunca más. Y debía tener claro que si se encaminaba hacia el antes, si decidía dar un último paso en un intento por recuperar lo perdido, las opciones de sufrir más aún se multiplicaban por mil, lo que no convertía este paso en el paso que necesitaba dar. En cambio, si se decidía por el paso hacia el nunca más, a pesar de perder el calor que tanto le gustaba, a pesar de verse en la obligación de volver a ser esa persona fría y orgullosa que conseguía todo lo que se proponía, dejaría de sentir, dejaría de sufrir. Su garganta se vería libre de ese nudo que la ahogaba cada día, su estómago no palpitaría de angustia a cada bocado, sus ojos se deshincharían y su corazón sería libre de nuevo. Todo eran “ventajas” con este último paso. Pero, ¿era eso lo que deseaba, lo que quería, lo que necesitaba? Estaba segura de que no lo era, porque él, el motivo de todo esto y de que su corazón latiera encogido, era la mitad perfecta de su "yo" imperfecto. Y eso lo complicaba todo aún más, lo que la hizo volver a pensar en el primer paso que tan rápidamente había descartado: esperar.

Se había detenido en medio de la habitación. Cuerpo erguido, piernas ligeramente abiertas... La camisa blanca se le había salido y ahora rodeaba suelta su cintura, sus caderas. Se mesó los cabellos deslizando sus dedos desde adelante hacia atrás, clavándolos en su cabeza en un intento por reaccionar. Su mente se había quedado en blanco.

De repente, sonrió dejando que sus hoyuelos hicieran una breve aparición en escena. La imagen de él acurrucado junto a ella, riendo y contándole mil batallas, acababa de aparecer nítida ante sus ojos, sustituyendo la incertidumbre por certeza. Aún así, se obligó a centrarse.

Las opciones estaban claras. Tres pasos a elegir, como en el menú de su restaurante favorito, ese al que iba con él cuando aún la quería y buscaba su compañía. Ése en el que siempre fue feliz.

Tres pasos a elegir ... 

Bss.

#blogperez #muchosiempre

2 comentarios:

Una luna, una playa, ...

Una luna, una playa, ...

Si cerraba los ojos, aún podía verlo, sentirlo, … Una luna, una playa, unos brazos que la abrazaban, una boca que la besaba, u...

Más leídas ...